monográfico · La navaja escéptica
El auge de los no afiliados
Michael Shermer
Antes del auge de la derecha religiosa en los años ochenta, la mayoría de los políticos mantenían su fe en privado. En 1945, por ejemplo, el presidente Harry Truman, escribía: “No me impresionan mucho los hombres que hacen gala en público de sus creencias religiosas.” Tras su elección en 1953 el presidente Dwight D. Eisenhower se unió a una iglesia presbiteriana, pero cuando se percató de que el pastor estaba alardeando públicamente sobre su nuevo miembro, el general ordenó: “¡Avisa al maldito pastor de que si dice una sola cosa más sobre mi fe religiosa no me uniré a su maldita iglesia!” John F. Kennedy habló sobre su catolicismo únicamente cuando fue obligado a hacerlo por sus críticos durante la campaña presidencial de 1960. En una entrevista de 1964 con el Batptist Standard, el presidente Lyndon Johnson explicó: “Creo en la tradición estadounidense de separación de la iglesia y el estado que está expresada en la primera enmienda de la constitución.” Richard Nixon era un famoso cuáquero, pero lo que practicaba se podría describir mejor como oportunismo religioso –algo que servía a un propósito político. Gerald Ford llamó “muy personal” a su religiosidad y escribió, “Soy renuente a hablar o escribir sobre esto públicamente.” Incluso el abierto cristiano evangélico Jimmy Carter no puso su religiosidad por delante de la mayoría de los asuntos políticos.
Todo cambió en los años 80 cuando el pastor evangélico Jerry Fallwell y su Mayoría Moral (caracterizada por no ser una cosa ni otra) convenció a los políticos cristianos de que evangelizar para el Señor incluía llamar a todas las puertas. A lo largo de los años 90 y 2000 las sectas cristianas y las organizaciones basadas en la fe tales como la coalición cristiana de Ralph Reed y el Foco en la Familia de James Dobson emplearon marchas y el apoyo de los donantes para convencer a los políticos y candidatos de que si no complacían a sus votantes religiosos tendrían pocas oportunidades de resultar elegidos. El resultado ha sido un desagradable despliegue de animación política a favor de Cristo, desde proclamar a Jesús tu filósofo favorito hasta invocar al Altísimo al fin de los discursos públicos para que “bendiga a los Estados Unidos de América.”
Estos días podrían estar llegando a su fin. Para aquellos de nosotros que somos ateos, agnósticos o “espirituales pero no religiosos”, y que preferimos mantener la constitución separada de la Biblia, el Pew Research Center acaba de publicar datos procedentes de una encuesta altamente representativa compuesta de 35.000 adultos estadounidenses, revelando que el grupo religiosos que está creciendo más rápidamente en los EE.UU son los “no afiliados” (nones), aquellos que tachan la casilla de “no afiliados a una religión”. Los números de no afiliados han venido creciendo constantemente a partir de un mínimo de un sólo dígito en los años 90 hasta un respetable 23 por ciento de adultos de todas las edades, subiendo desde un 16 por ciento en 2007. Todavía más revelador para los políticos que dirigen sus campañas a los votantes más jóvenes es el hecho de que el 34 por ciento de los millenials –nacidos después de 1981, la generación viva mayor del país– no profesan ninguna religión. ¡Un tercio! Este es un bloque importante de votantes.
Estas cifras en bruto deberían hacérselo pensar a cualquier político o candidato antes de ignorar a su bloque de votantes. Hoy hay unos 245 millones de adultos estadounidenses. Esto se traduce a 56 millones de no afiliados religiosos adultos de todas las edades, más que protestantes tradicionales y católicos y sólo por detrás de los protestantes evangélicos. Esto se traduce a 19 millones más de personas que no tienen religión desde 2007, una esperanzadora tendencia para aquellos que han crecido cerca de la facción teocrática de los Estados Unidos.
La tendencia resulta tan inequívoca como consecuente. A medida que el credo religioso se abre camino por la pitón generacional, desde la generación silenciosa (nacidos entre 1928 y 1945), a los Baby Boomers (nacidos entre 1946 y 1964) a la Generación X (nacidos entre 1965 y 1980) y los millenials viejos (nacidos entre 1981 y 1989) y millenials jóvenes (nacidos entre 1990 y 1996) el número de creyentes disminuye inexorablemente tanto en número como en influencia. Además, la gente está cambiando de religión –la encuesta Pew halló que el 42 por ciento de los estadounidenses acutlamente se adhieren a una religión diferente a aquella en que fueron criados, erosionando aún más la noción de que existe algo Una Religión Verdadera. Sí, algunas personas criadas sin religión se vuelven religiosas (el 4.3 por ciento de los adultos estadounidenses), pero los que se mueven en la otra dirección son 4 veces más.
Imagina que no hay religión. No se trata del fruto de tu imaginación. Está ocurriendo ahora y podría ser la tendencia más importante del nuevo siglo. De hecho, adoptando una perspectiva grande de tiempo, la caída de los dogmas religiosos y la demolición del autoritarismo eclesiástico ha venido produciéndose desde la Ilustración, y en el nuevo libro The moral arc afirmo que esto podría ser lo más importante que le ha pasado a nuestra civilización.
¿Por qué?
Las normas creadas y consagradas por las distintas religiones a lo largo de milenios no tenían el objetivo de expandir la esfera moral para incluir a más y más personas. Moisés no bajó de la montaña con una lista cincelada con los distintos modos que podían usar los israelitas para mejorar la vida de los Moabitas, los Edomitas, los Madianitas o cualquier otra tribu que no fueran ellos mismos. El mandato del viejo testamento de “Amar a tu prójimo” en aquel tiempo sólo se aplicaba a la parentela inmediata y los miembros de la tribu. Hubiera resultado suicida para los israelitas amar a los Madianitas como a ellos mismos, por ejemplo, dado que los Madianitas eran aliados de los Moabitas y su deseo era eliminar de la faz de la tierra a los israelitas –un problema familiar para los israelíes de hoy si sustituimos a los Madianitas por los Iraníes. Es así cómo la religión es tribal y xenófoba por naturaleza, sirviendo a la regulación de las normas morales dentro de su comunidad e imponiéndolas sobre otros grupos por la fuerza o la conversión. En otras palabras, la fe forma una identidad para aquellos parecidos a nosotros, en claro contraste con los que no son como nosotros, que son caracterizados de distintas maneras como paganos o no creyentes.
Sí, por supuesto, la mayoría de los judíos y los cristianos de hoy no son tan estrechamente tribales como sus ancestros del viejo testamento. Pero ¿Por qué? No es por una nueva revelación divina o una interpretación bíblica. La razón es que el judaísmo y el cristianismo pasaron por la Ilustración y se convirtieron en algo menos violento y más tolerante. Desde la Ilustración, el estudio de la moralidad ha variado desde la consideración de los principios morales como concesiones de Dios, inspiración divina o preceptos derivados de libros sagrados, de arriba abajo, hasta proposiciones de abajo arriba, basadas en el individuo, en la razón, construidas por la razón y fundadas en la ciencia, en las que se espera que hallemos razones para los actos morales de cada uno, especialmente razones que consideren a la otra persona afectada por el acto moral.
Es cierto que Occidente sólo recientemente rechazó la religión como un sistema válido para determinar las decisiones políticas, y que el cambio sólo ha sido relativamente progresivo –relativo a sectas religiosas más extremas y fundamentalistas en el mundo. Hay bastantes extremistas religiosos en los Estados Unidos de hoy como para seguir vigilantes e insistir en que nuestro proceso político –diseñado para que todos participemos en él– no sea desbaratado o innecesariamente influído por sectas domésticas capaces de tirar abajo el muro que el Sr. Jefferson erigió para separar la iglesia y el estado. Aquí las tendencias también son positivas. En el caso del matrimonio del mismo sexo, por ejemplo, hace sólo unos pocos años religiones como los Santos de los Últimos Días (Mormones) podían inyectar dinero en campañas orientadas a bloquear leyes que garantizaban los mismos derechos a los homosexuales que a los heterosexuales. Estas estrategias ya no funcionan. ¿Por qué? Porque los valores seculares están ganando a los valores religiosos en el mercado de las ideas.
Hoy en día comprendemos demasiado bien lo que la religión puede hacerle al estado. Los valores seculares de la Ilustración que admiramos hoy, el tratamiento igual ante la ley, la igualdad de oportunidades para todos, la libertad de expresión, la libertad de prensa, los derechos civiles y las libertades civiles para todos, la igualdad de las mujeres y las minorías, y especialmente la separación de iglesia y estado, y la libertad de practicar una religión o ninguna en absoluto, fueron inculcados en las mentes de judíos y cristianos y otros en Occidente, pero no tanto en los países musulmanes, particularmente aquellos que prefieren regresar a la teocracia del siglo VIII.
Aquí descansa el significado más profundo del tremendo cambio en la téctonica de placas de las creencias religiosas– el Islam militante y lo que ocurre cuando las personas se toman su fe en serio y se niega a aceptar los duramente ganados valores seculares de Occidente. En un momento en que las fuerzas del Estado Islámico destruyen las ruinas de miles de años de civilización en el nombre de su religión, ha llegado la hora de renunciar a la fe como método fiable para deteminar la realidad y la moralidad. Es hora de dejar de elegir a políticos que sitúan su religión por encima de la constitución o insisten en rezar para tomar decisiones políticas (como ir a la guerra), y en su lugar confiar en las mejores herramientas nunca ideadas para que la humanidad avance desde los árboles a las estrellas –la razón y la ciencia.
Michael Shermer
Michael Shermer is the Publisher of Skeptic magazine, a monthly columnist for Scientific American, and a Presidential Fellow at Chapman University. His new book is The Moral Arc: How Science and Reason Lead Humanity Toward Truth, Justice, and Freedom.
Professor at the Université catholique de Louvain