Más de 500 millones de ciudadanos forman parte hoy de la Unión Europea. Somos el mayor donante mundial en ayuda humanitaria, una de las tres economías más poderosas del planeta, el primer socio comercial y el primer inversor exterior en la mayoría de los países del globo. Tenemos la segunda moneda más usada. Pero sería estúpido pensar que nuestro valor sólo se refiere a la economía. No es tan sólo una cuestión de cuentas, como apunta el primatólogo Frans de Waal en el monográfico que el lector tiene en sus manos (“Ser europeo”)[1]. La UE es también un proyecto con vocación global que ambiciona un orden internacional duradero basado en leyes y principios, orientado a compartir más bienestar, paz y prosperidad. Queremos preservar el sueño de Altiero Spinelli y Ernesto Rossi de no vivir ya en sociedades donde “a los niños se les enseña a manejar a armas y a odiar a los extranjeros”.[2]
Estoy convencida de que la Unión Europea es un reto y una recompensa de nuestra larga historia. Como representantes ciudadanos militando en la idea de una Europa más fuerte y unida, nuestra obligación es ayudar a que su proceso de construcción no se detenga. EUROMIND[3], el proyecto que promuevo desde el corazón de la Unión, en Bruselas, en el que se inscribe el presente monográfico ¿Existen los europeos? pretende contribuir a hacer el sueño posible. Nuestra intención es acercar la ciencia a la política, en el convencimiento de que sólo la mejor tradición europea del saber humanista y científico puede proporcionar los materiales que necesita el proyecto europeo para afianzarse.
Si el acto que celebramos en Bruselas el pasado septiembre, del que es continuación este monográfico, y que tuvo el honor de contar con el antropólogo Juan Luis Arsuaga, el psicólogo diferencial Roberto Colom y el catedrático de derecho Francisco Sosa Wagner, nos ofreció una valiosa perspectiva de las identidades europeas desde la prehistoria a la ciudadanía moderna, ahora tenemos la suerte de contar con una excelente representación de académicos y estudiosos para continuar analizando la pregunta por la identidad europea desde muy diferentes perspectivas.
La civilización europea
Hoy las trincheras y la guerra total entre europeos parecen un recuerdo histórico, pero en 1945 el continente aún olía a “hierro quemado”, por usar uno de los testimonios sobre Stalingrado referidos por el historiador militar Antony Beevor. Lo que ha llegado a parecernos natural; pasar de un país a otro sin pasaportes o visados, emplear la misma moneda, o disfrutar de un mismo standard sanitario, es el resultado de un largo y penoso proceso de civilización.
Fuente: Comisión Europea[4]
En términos históricos, la UE representa el último gran esfuerzo para integrar a los distintos pueblos europeos en una unidad superior de civilización. Aunque fundada en valores ilustrados y modernos, nuestra Unión aún retiene una parte substantiva de la herencia imperial romana y cristiana, y es la heredera directa de una gran tradición cultural y artística de Platón a Proust. Según A.C. Grayling (“Ser europeo”)[5]: “El arte y la música de Europa hablan con una sola voz, en un único lenguaje, a todos aquellos que viven dentro del espacio de cuatro mil kilómetros que va de Irlanda a los Urales”.
Europa también representa un episodio importante en el proceso de civilización y pacificación de las culturas y los pueblos.
Como ha explicado Steven Pinker, basándose en las ideas del historiador militar Quincy Wright, el progreso hacia más altas cotas de civilización y paz parece estar unido históricamente con una reducción de las unidades políticas independientes, tendencia que apreciamos en los últimos siglos: “Europa contaba con cinco mil unidades políticas independientes (sobre todo baronías y principados) en el siglo XV, quinientas en la época de la Guerra de los Treinta Años –a principios del siglo XVII–, doscientas en la época de Napoleón –a principios del XIX–, y menos de treinta en 1953”[6].
Toda civilización que aspira a realizar esta tarea de unificación exige un dedicado trabajo de formación y mantenimiento, siempre expuesto a accidentes y regresiones, quizás porque el tamaño natural de los grupos humanos no suele exceder, desde nuestros tiempos de adaptación ancestral, de más de 150 personas. La cooperación en estos grupos naturales es relativamente sencilla debido a que se acomoda con la evolución biológica humana, que predice más cooperación y altruismo entre aquellos que están genéticamente más relacionados entre sí. Lograr que las personas cooperen dentro de grandes unidades sociales que trascienden las marcas naturales de los pequeños grupos, de la familia a la tribu, en consecuencia, es siempre difícil, como apuntan en este monográfico Robin Dunbar (“Una comunidad ideal”)[7] y Peter Turchin (“Las profundas raíces históricas de los valores, instituciones e identidades europeas”)[8], y los caminos mismos de la historia parecen trazar límites específicos en la expansión de la cooperación fomentada por imperios y civilizaciones.
El abierto cuestionamiento del proyecto europeo, de parte de separatistas, populistas, nostálgicos de la teocracia de dentro y fuera (Maryam Namazie: “Confrontando islamismo con secularismo”[9]) y nuevos nacionalistas, ilustra el delicado equilibrio que media entre nuestros instintos familistas y tribales, y la necesidad de expandir la cooperación humana si aspiramos a compartir más paz, bienestar y prosperidad entre nosotros.
A más de 75 años del “Manifiesto Ventotene” por una Europa libre y unida, que por primera vez en la época moderna imaginó una Europa federal, nadie duda de que en la casa común han aparecido ciertas brechas. En contraste con el robusto idealismo de Winston Churchill, que soñó con unos “Estados Unidos de Europa”, hoy tenemos políticos como Geert Wilders que tienen la inquietante idea de restaurar las fronteras entre Holanda y Alemania.
Algunas de estas disfunciones parecen líneas de fractura provocadas por debilidades del propio edificio europeo, sus instituciones y creencias, pero otras son más bien daños provocados desde el exterior, especialmente desde un mundo “multipolar” con actores políticos ambiciosos que cuestionan abiertamente el orden basado en la ley internacional, los derechos humanos y la laicidad del estado.
Pero el proyecto europeo nunca ha seguido por una línea recta y ascendente. El camino desde el club económico de los orígenes hasta esa genuina identidad y ciudadanía europea a la que aspiramos es zigzagueante. Al igual que en crisis procedentes, también hoy debemos encontrar un equilibrio entre la lealtad hacia los valores fundamentales y la inevitable flexibilidad y pragmatismo que requieren los nuevos desafíos.
En palabras de Federica Mogherini al proyectar cuál va a ser la estrategia global europea de los próximos años, necesitamos “repensar el modo en que funciona la Unión, aunque sabemos perfectamente por qué trabajar”.
Fracturas
No hay duda de que una de las peores fracturas recientes en la casa europea procede de la crisis financiera global iniciada en 2008, agudizada por los problemas de la deuda soberana particularmente en el sur de Europa; tendencias que no hacen otra cosa que agravar las fracturas demográficas más profundas de nuestro continente, con una población cada vez más envejecida y con menos hijos en cada generación.
El descontento provocado por unas altas tasas de desempleo, unido al sentimiento de cierta pérdida de control sobre el destino de los propios ciudadanos, ha sido la palanca que ha impulsado los nuevos populismos. Haciendo una analogía con los experimentos del psicólogo infantil Edward Tronick, que estudió los efectos en los niños de la falta de empatía materna, podríamos decir que muchos ciudadanos en tiempos críticos han sentido que las instituciones mostraban ante sus demandas y sufrimientos una cara de indiferencia. Unos gobiernos poco empáticos y una clase política inatenta pueden terminar ocasionando respuestas populistas y autoritarias en el electorado, según el psicólogo Michael Bader[10]. Este aparente déficit de empatía de la burocracia y los gobiernos recientes podría ser una de las razones tras el atractivo que ejercen “movimientos” de la derecha como el que ha aupado a Donald Trump a la presidencia de los EE.UU.
Para el profesor de economía Philip T. Hoffman (“La construcción de una identidad europea. Obstáculos y oportunidades”)[11] una mayor asistencia y empatía de la Unión hacia las clases medias europeas perdedoras en esta crisis, dentro del contexto general de la globalización, reduciría el atractivo del nacionalismo etnocéntrico y evitaría que proliferaran actitudes de rechazo a la inmigración y el libre mercado.
A pesar de arraigar en la tendencia natural a favorecer al propio grupo, el auge del nacionalismo y autoritarismo político en Europa no es irresistible, al menos de acuerdo con algunos hallazgos de la psicología moral. Para Karen Stenner[12] el autoritarismo no un rasgo psicológico estable, sino dinámico, y por tanto puede ser inhibido o excitado. El atractivo de medidas políticas de corte autoritario, fenómeno que observamos con preocupación, no descansaría de acuerdo con este planteamiento en disposiciones permanentes de la gente o contagiadas súbitamente –lo que el psicólogo moral Jonathan Haidt[13] caricaturiza como “virus Zika de la política”, sino más bien en riesgos sociales mal gestionados y a menudo en la percepción de que el propio orden moral está amenazado. Para poner un ejemplo, el reciente anuncio del comisario europeo de inmigración, Dimitris Avramópulos[14], de que se ejercerá una mayor vigilancia sobre los terroristas que aspiran a traspasar las fronteras externas de la Unión, a buen seguro reducirá la percepción de desorden e inseguridad de muchos ciudadanos europeos, inhibiendo así las dinámicas autoritarias.
Daños
Aunque está en el interés de la Unión promover una política de vecindad basada en diálogo, diplomacia y cooperación, algunos daños en la casa común proceden de crisis políticas originadas en áreas vecinas al Sur y al Este.
Hacia el Este, por más que Vladimir Putin no sea un todopoderoso “hipervillano”[15], y la federación rusa carezca de la precisa fuerza para ejercer un dominio global genuino, lo cierto es que su renovada estrategia exterior [16], particularmente tras la anexión de Crimea y la desestabilización de Ucrania, pero también tras las tentativas de subversión del orden europeo mediante lo que se ha venido en llamar “guerra híbrida”[17], suponen en su conjunto un significativo desafío para las aspiraciones europeas. Este desafío tiene claras dimensiones económicas y militares, pero también morales, como muestra el interés del régimen de Putin en propagar una visión ideológica drásticamente contraria a los valores y la idea misma de Occidente (“Zapad”).
Hacia el Sur, la Unión se enfrenta con un conjunto abigarrado de problemas e incertidumbres: la desestabilización de los países árabes del Mediterráneo, donde se aprecia en general un retroceso democrático tras la “primavera árabe” –quizás con la excepción de Túnez–, la inacabada amenaza del Terror islamista, la deriva autoritaria en la Turquía de Erdogan y desde luego la deflagración en Siria y la consiguiente crisis de refugiados.
Cierto que la acogida e integración de las personas refugiadas es un motivo de especial preocupación, si bien el debate político sobre la inmigración ha sido considerablemente ensombrecido por reacciones emocionales de diferente signo que dificultan una aproximación humanitaria combinada con una toma racional de decisiones. El cambio en la escala y la naturaleza de los flujos de inmigración hacia Europa ha sido tan drástico en los últimos tiempos como para que precisemos una reformulación mucho más clara y honesta de nuestros propios objetivos, si aspiramos realmente a hacer realidad el tipo de sociedad abierta que imaginaron Karl Popper o Stefan Zweig.
Un futuro común
Estos daños y fracturas, si bien no son las primeras dificultades que se presentan en la historia de la Unión, son realmente de gran magnitud e indican que nos encontramos en una fase de contracción; lo ilustra bien a las claras el “Brexit”, la congelación de las negociaciones con Turquía para su adhesión a la UE, o la incertidumbre que representa la presidencia de Donald J. Trump para el porvenir de los lazos euroatlánticos sólo en los últimos pocos años.
La historia de la Unión no es la de una ininterrumpida marcha hacia delante. Nuestra trayectoria institucional ha sido accidentada, siguiendo algo en cierto modo similar a lo que los biólogos evolucionistas llaman un “equilibrio puntuado” con momentos de estancamiento y decididos saltos hacia adelante. Tras una rápida integración inicial a partir de una Comunidad de seis estados, la UE experimentó una cierta parálisis durante los años 70 y principios de los 80, en el periodo conocido como “Euroesclerosis”[18], seguido por un empujón en apariencia súbito hacia el llamado “proyecto de mercado único” y el tratado de Maastricht (1992), que persiguió no sólo una unidad monetaria, sino también de acción exterior y seguridad; un periodo favorable al proceso de integración que culminaría con el tratado de Lisboa de 2007 y la Europa de los 27 estados.
El entramado de instituciones de la Unión, en resolución, ha persistido a lo largo del tiempo en medio de una crónica “frustración sin desintegración” mostrando sin embargo una considerable resiliencia ante los avatares de dentro y fuera.
A la luz de nuestra historia reciente, creo que mantener la confianza en el proyecto común no es una esperanza en el vacío. De hecho, la respuesta a la pregunta ¿Existen los europeos? cada vez tiene menos alternativas políticas en el horizonte.
Pese a las disfunciones de la Unión, sus daños y fracturas, el viento de los tiempos sigue sin soplar a favor de los pequeños estados nacionales y las pequeñas identidades, y la existencia política de los europeos sigue siendo una necesidad de casi supervivencia. La formación de unidades políticas, económicas y de seguridad más grandes, como la Unión Económica Euroasiática liderada por Rusia, en la que se pretende incluir a China, es un ejemplo que debería servir para despertarnos.
Paradójicamente, en un tiempo donde parece predominar el escepticismo, la apertura de estos frentes en el interior y el exterior obligan a que la Unión sea mucho más proactiva defendiendo sus intereses y valores. En línea con estos objetivos europeístas, de cuyo espíritu participa este monográfico y todo el ciclo de eventos EUROMIND, podemos mencionar el proyecto Horizonte 2020 orientado a incentivar la tecnología, la ciencia y la innovación en los próximos años, la puesta en marcha de una nueva estrategia de comunicación[19] para hacer frente a la propaganda de terceros, o el apoyo renovado a programas para difundir el conocimiento y la fraternidad ciudadana dentro de la Unión, como el proyecto “Europa para los ciudadanos”[20] que yo misma impulso desde el Parlamento, y con el que pretendemos prevenir futuros divorcios nacionales incrementando el nivel de lealtad y conocimiento ciudadano –en línea, por cierto, con algunas conclusiones de la psicología social que nos explica con más detalle Mark Van Vugt (“La psicología social del Brexit”)[21].
Quiero dar las gracias a todos los que han hecho posible este evento del Parlamento patrocinado por el grupo de la Alianza de liberales y demócratas por Europa; el equipo EUROMIND formado por mis colaboradores Roger Corcho y Eduardo Robredo Zugasti; el panel de Bruselas en el que tomaron parte Juan Luis Arsuaga, Roberto Colom y Francisco Sosa Wagner, asi como los participantes en este monográfico Maryam Namazie, A.C. Grayling, Peter Turchin, Nigel Warburton, Yolanda Gómez Sánchez, Camilo José Cela Conde, Adolf Tobeña Pallarés, Phillip T. Hoffman, Robin Dunbar y Frans de Waal.
>[1] Las referencias a artículos disponibles en este monográfico se señalan resaltadas en gris a lo largo del texto.
De Waal, F. (2016). Ser europeo. http://euromind.global/frans-de-waal/
[2] Manifiesto Ventotene http://web.archive.org/web/20141007212736/http://www.altierospinelli.org/manifesto/en/manifesto1944en_en.html
[3] http://euromind.global
[4] White paper on the future of Europe https://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&ved=0ahUKEwjl3_H0hMnSAhVDxRQKHSfMCfAQFggfMAA&url=http%3A%2F%2Feuropa.eu%2Frapid%2Fattachment%2FIP-17-385%2Fen%2FWhite%2520Paper%2520on%2520the%2520future%2520of%2520Europe.pdf&usg=AFQjCNFQgkVeiCrGvY2r51CwiPlNOY_HxQ&sig2=SbaHnA0vB-3W44NODH7Kdw
[5] Grayling, A.C. (2016). Ser europeo. http://euromind.global/professor-anthony-grayling/
[6] Pinker, S. (2012). Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones. Paidos Ibérica. Pág. 119
[7] Dunbar, R. (2016). ¿Una comunidad ideal? http://euromind.global/robin-dunbar/
[8] Turchin, P. (2016). Las profundas raíces históricas de los valores, instituciones e identidades valores http://euromind.global/peter-turchin/
[9] Namazie, M. (2016). Confrontando islamismo con secularismo http://euromind.global/maryam-namazie2/
[10] Bader, M. (2016). The decline of empathy and the appeal of right-wing politics. Psychology Today https://www.psychologytoday.com/blog/what-is-he-thinking/201612/the-decline-empathy-and-the-appeal-right-wing-politics
[11] Hoffman, P.T. (2016). La construcción de una identidad europea. Obstáculos y oportunidades http://euromind.global/philip-t-hoffman/
[12] Stenner, K. (2005). The authoritarian dynamic. Cambridge
[13] Haidt, J. (2016). When and why nationalism beats globalism. The american interest http://www.the-american-interest.com/2016/07/10/when-and-why-nationalism-beats-globalism/
[14] Schengen borders code: Council adopts regulation to reinforce checks at external borders http://www.consilium.europa.eu/en/press/press-releases/2017/03/07-regulation-reinforce-checks-external-borders/?utm_source=dsms-auto&utm_medium=email&utm_campaign=Schengen+borders+code%3a+Council+adopts+regulation+to+reinforce+checks+at+external+borders
[15] Lawrence Schrader, M. (2017).Vladimir Putin Isn’t a Supervillain. Russia is neither the global menace, nor dying superpower, of America’s increasingly hysterical fantasies http://foreignpolicy.com/2017/03/02/vladimir-putin-isnt-a-supervillain/
[16] Russia’s national security strategy and millitary doctrine and their implications for the European Union http://www.europarl.europa.eu/RegData/etudes/IDAN/2017/578016/EXPO_IDA(2017)578016_EN.pdf
[17] “Guerra híbrida” es un término de nueva creación que alude a una nueva modalidad de conflicto no convencional y no tradicional. Según Wikipedia: “A diferencia de lo que ocurre en la guerra convencional, el “centro de gravedad” de la guerra híbrida es un sector determinado de la población. El enemigo trata de influenciar a los estrategas políticos más destacados y a los principales responsables de la toma de decisiones combinando el uso de la presión con operaciones subversivas.” https://es.wikipedia.org/wiki/Guerra_h%C3%ADbrida
[18] Peterson, J. Y Shackleton, M. (2012). The institutions of the European Union. Oxford
[19] Informe sobre la comunicación estratégica de la Unión para contrarrestar la propaganda de terceros en su contra http://www.europarl.europa.eu/sides/getDoc.do?pubRef=-//EP//TEXT+REPORT+A8-2016-0290+0+DOC+XML+V0//ES
[20] Europe for citizens https://eacea.ec.europa.eu/europe-for-citizens_en
[21] Van Vugt, M. (2016). La psicología social del Brexit http://euromind.global/mark-van-vugt2/