¿Quiénes alcanzan la cima en las sociedades democráticas?
Individuos y grupos humanos: el caso de la variable ‘sexo’
La Psicología Diferencial ha estudiado durante décadas las semejanzas y diferencias de naturaleza psicológica en distintas poblaciones o grupos humanos. Las características seleccionadas que se valoran a nivel individual se agregan para calcular un valor poblacional. Los análisis estadísticos permiten averiguar si los valores promedio de las poblaciones comparadas deben considerarse iguales o distintos, y, en el segundo caso, cuál es su magnitud y probable relevancia.
El origen de esos cálculos es siempre un individuo. Si se desea saber si la población de ciudadanos jubilados presenta una menor memoria a corto plazo que la población de quienes están comenzando su vida laboral, debe encontrarse un modo de valorar, o medir, la característica de interés en cada uno de los individuos de esas dos poblaciones. Los valores que obtenga cada individuo se agregarán a las del resto de los individuos de su población para averiguar si una diferencia promedio estadísticamente significativa separa a ambas poblaciones.
Además de comprobar si existe una diferencia promedio, se puede preguntar si la variabilidad de esos valores es igual en ambos grupos. Pudiera ocurrir, por ejemplo, que además de que el valor promedio en memoria a corto plazo de los jubilados fuese menor, la variabilidad de los valores individuales fuese mayor que en los jóvenes. Es decir, los jubilados serían más distintos entre sí que los jóvenes.
¿Qué sabemos en la actualidad sobre las semejanzas y diferencias de varones y mujeres en factores psicológicos como la memoria, la resolución de problemas, el temperamento, los intereses, el liderazgo, la comunicación interpersonal, la depresión o la autoestima?
En la meta-síntesis más exhaustiva publicada hasta la fecha se han considerado doce millones de individuos cuyos factores psicológicos se han observado en veinte mil estudios analizados en más de cien meta-análisis. El resultado general se representa en la siguiente figura:
El valor ‘Cohen’s d’ expresa la diferencia que, en promedio, separa a los varones y mujeres en esos factores psicológicos. En la práctica, ese resultado significa que si se eligen al azar dos varones de la población, sus diferencias psicológicas serán mucho mayores que la diferencia que separa en promedio a varones y mujeres. La mayor parte de los individuos de una de las poblaciones presenta valores dentro del rango de los individuos de la otra población. Es decir, la distribución de valores en ambas poblaciones está extensamente solapada.
No obstante, aunque la diferencia promedio sea pequeña las repercusiones prácticas pueden ser sustantivas. Si nos preguntamos por el nivel de agresividad, por ejemplo, observaremos valores como los de la figura anterior. La distribución con mayor valor promedio correspondería a los varones, pero una gran proporción de mujeres presentaría valores de agresividad dentro del rango de la población de varones. Suelen ser los valores extremos de agresividad los que subyacen a los comportamientos socialmente problemáticos. Aún con una diferencia promedio reducida, encontraremos más casos de una población que de la otra con valores críticos de agresividad. Los varones son mayoritariamente responsables de los delitos violentos, pero no tienen la exclusiva.
La medida del éxito social
Ante la pregunta de quiénes llegan a la cima en las sociedades democráticas se puede buscar respuestas relacionadas con los factores psicológicos –enumerados antes—que comparten los ciudadanos. La investigación señala que existe una enorme variabilidad poblacional en esos factores y escalar posiciones en la jerarquía social es una exigente actividad en la que algunos de esos factores pueden ser más o menos relevantes.
Si hurgásemos en la pregunta para averiguar qué sucede al separar la evidencia según la variable sexo, podríamos encontrarnos sorpresas. En un estudio masivo hecho recientemente en los Estados Unidos, los investigadores quisieron averiguar si existía un sesgo a favor de los varones al contratar profesionales relacionados con las disciplinas STEM (Ciencias, Ingenierías y Matemáticas) en las que las mujeres se encuentran infra-representadas. Se concluyó que no existía sesgo, observándose que el número de mujeres que abandonaban su carrera era más elevado, pero no por alguna clase de discriminación, sino por una elección personal. Concluyen los autores: “nuestros resultados no apoyan los mensajes sociales omnipresentes sobre el actual clima inhóspito hacia las mujeres”.
En 2010, el Profesor Richard Lynn publicó un artículo en el Daily Mail en el que sostuvo que los varones, como grupo, poseen un mayor nivel en los factores psicológicos que promueven el éxito social. Ante la pregunta de por qué hay menos mujeres en la ciencia más competitiva, en los grandes negocios multinacionales o en la élite política, a menudo se recurre a la discriminación. Sin embargo, Lynn sostiene que la investigación científica posee una respuesta que nadie desea dar: “en promedio, los varones son más inteligentes que las mujeres”. La diferencia es pequeña en la media (el valor de 0.2 que destacamos antes) pero se agranda en los extremos: por cada 8 varones muy brillantes intelectualmente (IQ > 145) hay una sola mujer: “eso es estadística, no sexismo” subraya Lynn: “como académico me corresponde decir la verdad, explicar lo que sabe la ciencia, independientemente de que las conclusiones no estén de moda”.
Si comparamos dos individuos con un IQ de 100 y de 105, la diferencia será inapreciable. Sin embargo, esa comparativa es irrelevante. El efecto de interés se produce en los extremos de las distribuciones de ambas poblaciones: hay más varones muy inteligentes, pero también muchos más discapacitados.
Además de este efecto atribuible a la capacidad intelectual, los varones son, también en promedio, más competitivos y están más deseosos de llegar a lo más alto. Trabajan a destajo y compiten agresivamente en sus trabajos, mientras que las mujeres no son tan proclives a servirse de esa clase de estrategias.
“¿Por qué esforzarse en doblegar las tendencias naturales mediante ingeniería social?”, se pregunta Lynn. La igualdad de oportunidades es esencial, pero eso no garantiza una igualdad de resultados. Las mujeres destacarán en algunas cosas y los varones en otras, siguiendo sus inclinaciones, y no está claro que la sociedad deba intervenir agresivamente para alterar esas tendencias.
Naturalmente, hay científicos que discrepan, en determinadas cuestiones, de la postura de este profesor inglés. Yo me encuentro entre ellos. La evidencia sobre el nivel intelectual, por ejemplo, no es categórica: los varones no poseen, como grupo, una mayor capacidad general que las mujeres. El modo en el que se hacen los cálculos es fundamental. Pero no disponemos aquí de espacio para entrar en más detalles sobre esta cuestión relacionada con la investigación básica.
Seguimiento a través del tiempo
Los estudios longitudinales ofrecen una información de incalculable valor sobre la pregunta que nos estamos haciendo aquí. En 2013 y 2016 se publicaron dos informes científicos que nos ayudarán a encontrar respuestas. El primero se preguntaba ‘¿Quién sube a lo más alto?. El segundo se subtitulaba ‘Profundamente dotados, profundamente exitosos’.
En el primer caso se hizo un seguimiento de 320 individuos que cuando tenían 13 años de edad obtuvieron puntuaciones –en test estandarizados de ciencias y matemáticas—que solamente logran uno de cada diez mil evaluados. Treinta años después se hizo un seguimiento para averiguar qué había sido de sus vidas, revelando que ocupaban posiciones de liderazgo social, tanto en el mundo de los negocios, como en la política, el arte o la ciencia. El capital humano que aglutina este grupo “dirige la economía global”, concluyeron los autores del estudio.
En el segundo caso se hizo un seguimiento de una muestra distinta de 259 individuos, pero de las mismas características intelectuales. Los resultados logrados por estos individuos fueron tan excepcionales como los observados en el otro grupo: “son las mentes extraordinarias quienes crean economías extraordinarias”.
El hecho de que esos resultados prospectivos se repliquen en muestras independientes, demuestra que es posible identificar tempranamente el capital humano necesario para dirigir la sociedad hacia nuevos horizontes, a quiénes innovarán en el futuro, liderarán las compañías comerciales y construirán nuestras economías.
Dejé para el final el dato más inquietante derivado de estos estudios longitudinales sobre esas brillantes mentes identificadas en la adolescencia. En el primer caso, de los 320 individuos, 253 eran varones. En el segundo caso, de los 259 individuos, 214 eran varones. Por tanto, 8 de cada 10 de esos individuos son varones. Los valores son similares a los señalados por Lynn.
Conclusión: el individuo
En una libro publicado en 1994 por un psicólogo y un sociólogo norteamericanos se discutían las consecuencias de organizar su democrática sociedad según las discutidas cuotas de grupo (affirmative action). Dejaron a un lado la variable sexo para centrarse en el origen étnico, pero su argumento puede ser aplicable a esos distintos tipos de poblaciones humanas.
Denunciaron el abandono del principio de igualdad individual ante la ley para promover el trato de la gente como miembros de determinados colectivos sociales o grupos. Esa tendencia estimuló los programas de acción positiva que, según ellos, alimentaban una indeseable balcanización étnica en su país.
Escribían Herrnstein y Murray en ‘The Bell Curve’:
“La desigualdad en el equipamiento personal de los humanos es una realidad. Pretender que no existe nos ha llevado al desastre. Intentar erradicar la desigualdad con resultados artificialmente manufacturados nos ha llevado al desastre. Ha llegado el momento de volver a intentar vivir aceptando la desigualdad, comprendiendo que cada ser humano tiene fortalezas y debilidades, cualidades que admiramos y cualidades que no admiramos, competencias e incompetencias”.
Como defendí en mi conferencia del mes de septiembre el año pasado en EuroMind (La identidad europea desde la Psicología individual), la sociedad democrática del siglo XXI debe abandonar la estrategia de las cuotas de grupo para centrarse en el individuo.
Es posible que haya ahora una elevada sobre-representación de varones en la cima de las sociedades democráticas occidentales. Podemos agonizar debatiendo al tratar de encontrar una respuesta al por qué, pero, a mi juicio, no llegaremos a buen puerto. En lo que deberíamos centrar los esfuerzos es en asegurarnos de que existe, de hecho, una igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos, independientemente de su sexo o de cualquier otra categoría grupal. Fracasar al lograr una igualdad de resultados no significa que no hayamos tenido éxito al conseguir una equitativa abundancia de oportunidades.
Como escribía con excelente criterio el Profesor Earl B Hunt en 1995 para el ‘American Scientist’, “debemos ser celosos al asegurar que las ocupaciones más exigentes, generalmente mejor pagadas, son asignadas a los más competentes”. Pero si, en promedio, algunas poblaciones son ahora menos competentes –según los criterios de éxito socialmente establecidos—asegurar una igualdad de oportunidades exigiría aumentar la inversión social para mejorar sus niveles de competencia. Limitarse a promocionar a los miembros de esas poblaciones usando alguna clase de acción positiva –basándonos en un sistema de cuotas—puede tranquilizar algunas conciencias, pero estaremos dando simplemente una patada hacia delante sin contribuir a resolver el problema de fondo. Es bastante probable que actuar así acabe pasándonos factura en el inminente futuro. Quizá convenga recordar que el infierno está lleno de personas con buenas intenciones.
Roberto Colom
Monográfico Mujeres fuertes, hombres frágiles
Universidad Autónoma de Madrid
Marzo de 2017