Desiguales
Algunas palabras destacadas encierran y difunden un mito, al tiempo que acarrean un gran potencial de confusión. “Igualdad” es una de ellas. Su pedigrí y estatus en la escala de los valores políticos es incontestable, sobre todo desde que los ilustrados la elevaron a la Trinidad de los principios republicanos, como uno de los garantes insoslayables del ejercicio de la plena ciudadanía. La igualdad social dibuja y prefigura una meta moral de perfección. Un apetecible y prístino horizonte de reparto equitativo y adecuadamente distribuido de atributos, bienes, roles, servicios y costes para todo el mundo, en cualquier circunstancia y condición, y en todos y cada uno de los rincones del planeta. No debe extrañar, por consiguiente, que la mayoría de los idearios que compiten en el mercado de las promesas de la buena gobernanza, enarbolen la igualdad como enseña preferente.
El problema recurrente con la igualdad es que ofrece una insospechada y tozuda resistencia a dejarse conquistar. Sea cual fuere la ruta ideológica de aproximación o el procedimiento normativo, económico o tecnológico de asedio siempre consigue escabullirse. Y no es infrecuente que algunas de las bienintencionadas sendas de acceso y conquista acaben generando unas cotas enormes de desigualdad, con ostentosas y sangrantes disparidades. Son unos empeños que reiteran sus ilusionados viajes al fracaso demoledor con tanta asiduidad que, de no ser por el infinito y renovable poso de fe y esperanza que anida en las almas humanas, debieran catalogarse como espectáculos obscenos.
En los conflictos sobre hiatos de género la confusión y la desorientación que promueve el objetivo de la igualdad a toda costa, ha tenido y tiene unos efectos particularmente ofuscadores. Y resulta muy curioso que eso ocurra alrededor de una de las fronteras más nítidas de diferenciación, el sexo, que proporcionan los especímenes humanos, si se practica el necesario ejercicio mental de contemplarlos con alguna distancia y usando periscopios objetivos. En realidad, la reproducción sexual es un mecanismo inventado por la naturaleza para generar variabilidad de manera incesante e inclemente. Cada recombinación no clónica supone una aportación genuina a la diversidad. Y con cada nuevo germen o matiz de diversidad se abona el inabarcable predio de las posibles desigualdades siempre presto a la expansión multiplicativa.
Los rasgos diferenciadores en torno al hiato hembras-machos, en humanos, conforman un intrincadísimo universo de disparidades biológicas que los frentes de investigación más desinhibidos, descocados e imaginativos van desbrozando con tino y buen ritmo[1]. Aunque los avances son espléndidos, con desbroces fructíferos de muchos resortes y sistemas fisiológicos distintivos, hay zonas muy aparentes de esa brecha femenino-masculina donde el conocimiento acumulado sigue siendo francamente pobre. La impactante longevidad diferencial es uno de ellos.
Las diferencias sexuales en longevidad constituyen una de las características más robustas y distintivas de la biología humana. En comparación con los datos de otras especies, los hallazgos sobre diferencias en longevidad entre los sexos humanos son abundantísimos y todos ellos van en la misma dirección: las mujeres gozan de una sólida y notoria ventaja en longevidad – entre cinco y siete años de vida, en promedio -, en todos los lugares del mundo. Existen datos para prácticamente todas las sociedades del planeta y aunque no todos ellos tienen el mismo grado de detalle, continuidad y fiabilidad, el hallazgo crucial es un firme predominio femenino en todas las medidas de durabilidad y de resistencia ante las adversidades[2]. Cuando los registros de datos son consistentes, a lo largo de centurias, se ha podido contrastar esa ventaja femenina en todas las franjas de edad (véase Figura 1, Austad and Fisher, 2016), y se ha constatado que la primacía en durabilidad es ya detectable alrededor del nacimiento y que se mantiene a lo largo de toda la vida. Se acentúa mucho más, todavía, en las etapas avanzadas y postreras: más del 90% de los supercentenarios, un segmento en aumento en todas las sociedades ricas, son mujeres.
Pero esa chocante ventaja en durabilidad y resiliencia femenina no es únicamente global. Las mujeres resisten mejor, en bajas comparativas, ante casi todas las causas principales de muerte. Esa mayor fortaleza se pone de manifiesto en unas cifras de resistencia acentuada ante las dolencias más letales[3]. En las 15 primeras causa de muerte en USA (véase Tabla; Xu et al, 2016) las mujeres salen mejor paradas en trece de ellas. Dos excepciones: no hay sesgo sexual apreciable en los ictus cerebrales y tan sólo en las bajas por demencia de Alzheimer, ellas acarrean mucho mayor riesgo.
No se han podido desvelar, en detalle, los mecanismos moleculares y celulares que confieren esa notoria ventaja en durabilidad y resistencia a las mujeres. Las sospechas más fundadas se dirigen hacia posibles influencias hormonales tempranas y diferenciales (estrógenos vs. andrógenos), que incidirían en una respuesta inflamatoria o inmunológica más o menos eficiente, así como en una atenuación de la toxicidad del estrés oxidativo durante el trabajo metabólico ordinario. Pero los datos que puedan llegar a sustentar esas conjeturas son escasos y muy incipientes todavía. Se trata, sin embargo, de un campo de indagación con una gran relevancia ya que podría alumbrar modos de funcionamiento de engranajes que median un hiato resistencial ante la letalidad, con diferencias considerables entre ambos sexos. Engranajes y mecanismos que de ser conocidos con precisión y suficiente seguridad, podrían permitir la introducción de avances correctivos para todo el mundo.
Cabe esperar que los litigios políticos por la “igualdad”, en los disputados y acalorados debates sobre hiatos sociales de género, no ignoren ni marginen una investigación cada vez más rica y fructífera sobre las diversidades existentes en las frondosas brechas biológicas entre los sexos humanos. Porque en medio de la polvareda y la efervescencia del combate político, a menudo se da la circunstancia de que en aras de una estimulante y deseable paridad o equidad social se tiende a difuminar u ocultar, por error doctrinal grave, unas provechosas desigualdades que no van a cesar.
Pfaff DA (2011) Man and woman: an inside story, New York: Oxford University Press.
[2] Austad SN and Fisher KE (2016) Sex differences in lifespan, Cell Metabolism, 23, 1022-1033.
[3] Xu J, Murphy SL, Kochanek KD and Bastian BA (2016) Deaths: final data for 2013, National Vital Statistics, Report 64, 1-119.
Adolf Tobeña
Monográfico Mujeres fuertes, hombres frágiles
Departamento de Psiquiatria y Medicina Legal. Instituto de Neurociencias. Universidad Autónoma de Barcelona
Marzo de 2017