Adolf Tobeña


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monográfico · La navaja escéptica

 

Duda exigente

Adolf Tobeña


Los escépticos están siempre en minoría. Suelen andar, a menudo, entre perplejos y escandalizados ante la preeminencia inalterable de la credulidad. Destilan incluso un mohín de cansina frustración ante la perseverancia por dejarse engatusar por quienes se dedican a la prédica encandiladora, a los hechizos encantadores y a las esperanzas infundadas. Aunque la seducción y la capacidad de arrastre de muchas doctrinas, teorías o prescripciones se resquebraje con estrépito, otras nuevas o ligeros retoques en las antiguas consiguen renovar el guion persuasor y la concurrencia devocional. Y con frecuencia, con un éxito apabullante. Da exactamente igual el ámbito: las religiones, los idearios políticos, las teorías filosóficas o los modelos de reforma social o de intervención sanitarista saben revestirse con nuevos ropajes y promueven arrastres procesionales ávidos de prescindir de cualquier contraste con las medidas precisas y objetivas. Con los datos sólidos y replicables.

Es así y continuará siendo así. Hay poco que hacer salvo mantener operativos los arietes de la duda sistemática y exigente, en toda situación y circunstancia, a pesar de su incidencia minoritaria. Esa propensión recurrente y desmedida a la credulidad tiene sus raíces en propiedades de los engranajes y las redes de la circuitería neural. Descansa en atributos preferenciales de los sistemas que usa nuestro cerebro para intentar comprender el entorno físico y social por donde nos movemos. El cerebro fabrica, instante a instante, versiones o representaciones del mundo que deben tener consistencia, continuidad y un punto de previsibilidad. En general las tienen y eso reduce la incertidumbre y da suficiente seguridad para circular y manejarse con algún provecho en la vida. Pero hay sorpresas, incongruencias y paradojas. Las hay en las versiones mentales del mundo físico y muchísimas más, todavía, en las del entorno social. Por dos razones primordiales: porque el grado de coincidencia entre aquellas versiones del mundo, entre los diferentes cerebros, dista mucho de hacerlas compatibles y la competición social implica engaño, es decir distorsión, simulación y manipulación deliberada. Lo cual multiplica la incertidumbre. Y ahí radica el meollo del asunto: hay que generar, ineluctablemente, un margen de previsibilidad y certidumbre en entornos azarosos y con múltiples distorsiones. Los sistemas neurales complejos han montado filtros bastante severos para detectar incongruencias y engaños, aunque a menudo no resultan suficientes. Primar automatismos de credulidad contribuye a atenuar, asimismo, el problema.

Porque hay otros inconvenientes que no dependen de la fiabilidad y el filtraje de las entradas externas. Veamos uno. Cada noche, durante los sueños, el cerebro pone en marcha de manera espontánea versiones del mundo que no se ajustan a aquellas propiedades de coherencia, continuidad y cierta previsibilidad. Suceden cosas en los sueños que transgreden todo tipo de restricciones y límites naturales: desde interacciones con seres inexistentes o con fallecidos en épocas remotas, hasta viajes temporales imposibles y transmutaciones físicas totalmente inviables. Pero el cerebro fabrica esos ensueños ilusorios y les da verosimilitud mientras ocurren. Al despertar hay que descartarlos, claro, si todavía andan merodeando en el magín, para intentar recobrar la coherencia y la plausibilidad en las interacciones cotidianas. Para hacerlo, para suprimir la irrupción de aquella imaginería estrambótica y descabellada se necesita un atributo neuro-cognitivo que los psicólogos experimentales llaman “control inhibitorio”. Sencillo: unos dispositivos de descarte de la ideación caótica, absurda e implausible, aunque pueda parecer que algunos destellos o ingredientes de lo percibido allí llevaban alguna señal o alguna conexión iluminadora para discernir misterios con profundidad. Hay ahí, por supuesto, una mina imperecedera para los mercaderes de la credulidad. Si todo el mundo fabrica leyendas cotidianamente y con perfecta normalidad, el campo queda abonado para quienes saben elaborarlas y venderlas con las mejores artes persuasivas.

Los crédulos, es decir, la mayoría de la gente, tienen un control inhibitorio no del todo eficiente sobre las elaboraciones mentales distorsionadas, ambiguas o incoherentes, sean propias o ajenas. Los escépticos lo tienen mucho más estricto. En los niños y en los ancianos hay menos control inhibitorio, de ahí que sean las épocas de la vida con mayor propensión a la credulidad. La región del cerebro que se ocupa de manera primordial de poner en marcha esa tarea de descarte o supresión de la ideación “esotérica” o “mágica” espontánea son las zonas más bajas, anteriores y laterales de la corteza prefrontal, en el hemisferio izquierdo sobretodo. Justo por delante de los territorios encargados de construir la intrincada secuencia articulatoria de los lenguajes verbales y gestuales, con su organización sintáctica eficiente. La gente que puntúa alto en credulidad sobre los fenómenos paranormales y sobre los rasgos espirituales y trascendentes de las vivencias humanas, muestran una menor operatividad en esos territorios dedicados al “control inhibitorio” de la ideación estrambótica o incongruente (1). Y suelen percibir, además, muchos más indicios, señales o asociaciones cargadas de un significado especial ante diversas variedades de ruido visual de entrada (2,3,4).

Ese es tan sólo uno de los sistemas neurales que se encargan de primar o de atenuar la credulidad. Hay otros que ayudan a perfilar un rasgo muy relevante y distintivo del temperamento humano que había recibido poca atención investigadora hasta hace poco (5,6). Los escépticos genuinos, los que muestran una propensión espontánea al pragmatismo empírico exigente son minoría, pero resultan imprescindibles para procurar y consolidar avances en el conocimiento sólido. De ahí que a pesar de la fatiga y la frustración no les quede otro remedio que perseverar en la duda exigente. Que debe aplicarse, asimismo, a los falsos escépticos: militantes anti-creencias “mágicas” o “esotéricas”, pero capaces de mantener férreas adscripciones partisanas en otros ámbitos.

Notas

1. Lindeman M, Svedholm AM, Riekki T, Raij TT and Hari R (2013) Is it just a brick wall or a sign from the universe? An fMRI study of supernatural believers and skeptics, SCAN, 8, 943-949.

2. Riekki T, Lindeman M and Raij TT (2014) Supernatural believers attribute more intentions to random movement than skeptics: an fMRI study, Social Neuroscience, 9, 4, 400-411.

3. Partos TR, CropperSJ and Rawlings D (2016) You don’t see what I see: individual differences in the perception of meaning from visual stimuli, PLOsOne, DOI:10.1371/journal.pone.0150615.

4. Krummenacher P, Mohr Ch, Haker H and Brugger P (2009) Dopamine, paranormal belief and the detection of meaningful stimuli, Journal of Cognitive Neuroscience, 22, 8, 1670_1681

5. Lindeman M and Lipsanen J (2016) Diverse cognitive profiles of religious believers and nonbelievers, The International Journal of Psychology of Religion, DOI: 10.1080/10508619.2015.1091695.

6. Tobeña A (2014) Devotos y descreídos: biología de la religiosidad, Valencia: PUV.

 


adolf tobeñaAdolf Tobeña

Catedrático de Psicología Médica y Psiquiatría.

Universidad Autónoma de Barcelona (España)

 


 

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