El tratado del clima en París

monográfico · La Razón y la Emoción en Política – La Navaja Escéptica

El tratado del clima en París

Bjørn Lomborg


 

Hay mucho de criticable en el anuncio del presidente Trump de que Estados Unidos va a dejar de intervenir en la única política climática real del planeta: el Tratado de París.

Trump no reconoció que el calentamiento global es real. Se equivocó al afirmar que China y la India son «los principales contaminadores del mundo». (China y Estados Unidos son los que más carbono emiten,1 y a Estados Unidos le corresponde el primer puesto en cuanto a emisión per capita.) Sugerir que Estados Unidos «renegociará» el trato era simplemente una estupidez. La Casa Blanca se queda sin respuesta al cambio climático, lo cual es altamente problemático.

Pero esta crítica es fácil. Es más difícil ser honesto respecto de los problemas intrínsecos del propio Tratado de París.

Los ambientalistas otrora sinceros acerca de las limitaciones del Tratado se han convencido de sus presuntas virtudes sobre la única base de la oposición de Trump. Como se ha señalado desde el Breakthrough Institute,2 ya en 2015 el renombrado ambientalista Bill McKibben encontraba que el Tratado hacía lo justo «para que ni los ambientalistas ni la industria petrolera se quejaran demasiado».3 Ahora McKibben teme que la retirada de Trump «socave las posibilidades de que nuestra civilización sobreviva al calentamiento global».4

En diciembre de 2015 en París, los líderes mundiales hicieron promesas de reducción de las emisiones de carbono bastante pobres, y luego declararon ampulosamente que sus comités mantendrían la elevación de la temperatura global «por debajo de los 2ºC», llegando a sugerir que se podía conseguir que dicha elevación no pasara de 1,5ºC.

Esta extravagante declaración es un desatino comparable a lo más sonado que haya podido tuitear Trump.

Si nos basamos en las emisiones de CO2 actuales, lograr la meta de 1,5ºC requiere que el planeta entero abandone del todo el uso de combustibles fósiles en un lapso de 4 años,5 y esto no va a ocurrir.

Pero ni siquiera la cota de los 2ºC es realista. La Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático –la organización a cargo del encuentro de París– estima que si cada país cumple todas y cada una de sus promesas entre 2016 y 2030 en la máxima medida de lo posible y no hay fugas de carbono, las emisiones de CO2 solo se reducirán en 56 gigatoneladas (Gt) para el año 2030.6 Ahora bien, se acepta ampliamente que para mantener la elevación de la temperatura global por debajo de 2ºC tenemos que reducir las emisiones de CO2 en 6000 Gt. Incluso en el mejor y más inverosímilmente optimista de los casos, el Tratado deja el 99% del problema por resolver.

De acuerdo con el principal modelo climático de la propia ONU, la diferencia entre un mundo con todos los recortes prometidos y uno sin ellos es de 0,05ºC. Aunque todas las naciones, Estados Unidos incluida, hicieran extensivos sus recortes de carbono emitido a todo el siglo, la reducción de las temperaturas no llegaría a 0,2ºC.7

Muchos defensores del Tratado afirman que el convenio conseguirá mucho más que eso. Esta pretensión se basta en un sofisma, en concreto la peregrina afirmación de que las emisiones de carbono se reducirán mucho más después de 2030.

El Tratado conmina a las naciones a prometer recortes específicos y razonablemente verificables (aunque no vinculantes) hasta el año 2030. Después de eso no se concreta nada, y por una razón bien comprensible: ¿puede imaginarse que una promesa de reducción de emisiones de carbono hecha por el presidente Bill Clinton en 1993 se vea cumplida por el presidente Trump? ¿Puede imaginarse que un demócrata en el año 2035 (o quizás incluso un republicano) se sienta moralmente obligado por una política medioambiental establecida por la actual Casa Blanca? Preguntémonos lo mismo de cualquier otro país del planeta.

Cuando se nos dice que el Tratado de París permitirá reducciones significativas de la temperatura, este supuesto se basa en dar por sentada la casi continuidad de todos los esfuerzos después de 2030.

Pero la historia nos ofrece buenas razones para mantener un escepticismo saludable. Consideremos el anuncio del presidente Bill Clinton en 1993 de que Estados Unidos reduciría sus emisiones de carbono para el año 2000.8 Según el Washington Post,9 justo siete años más tarde –con el mismo presidente– la promesa se abandonó porque «la economía ha crecido más rápidamente de lo esperado». En 1992, todas las naciones industrializadas prometieron que para el año 2000 habrían vuelto a las emisiones de 1990.10 Ocho años después, casi ningún país ha podido alcanzar esta meta.

Si el planeta requiere una «dieta» baja en carbono, el Tratado de París no es más que una promesa de comer ensalada. Sus defensores nos quieren hacer creer que, cuando nos acabemos la ensalada, emprenderemos un régimen increíblemente estricto de ejercicio y dieta. Pero fijémonos en que ningún esfuerzo real tendrá lugar hoy mismo o siquiera mañana, sino muy muy lejos en el futuro. Y, sin embargo, se espera de nosotros que celebremos esta promesa de un día como si el hecho de comer sólo una ensalada hoy y luego seguir con nuestra vida normal tendrá un enorme efecto adelgazante.

Igual de falaz es la afirmación de que las energías solar y eólica ya se están imponiendo en el mundo. Por mucho que el lobby de las energías renovables y los políticos no se cansen de repetirlo, no es cierto.

Solo el 0,6% de la energía mundial procede de las fuentes solar y eólica.11 Según la Agencia Internacional de la Energía, aun en el supuesto de que el Tratado de París se implementara al completo, dentro de un cuarto de siglo esas fuentes de energía seguirían representando menos del 3%. Los combustibles fósiles bajarían del 81% de nuestras necesidades energéticas al 74% –tres cuartas partes– en 2040. En el mejor, y nada plausible, de los casos, no menos del 58% de nuestras necesidades energéticas provendrá de los combustibles fósiles.

Hemos oído que China es la nueva «superpotencia verde» del mundo.12 Esto tampoco se aguanta. China obtiene sólo un 0,5% de su energía de las fuentes solar y eólica, menos que la energía hidráulica (3%) y la destructiva combustión de madera (7%),13 y una fracción insignificante en comparación con el 89% procedente de fuentes no renovables.

Incluso en 2040, si el Tratado de París siguiera vigente, solo el 4,2% de la energía de China será de procedencia solar y eólica, mientras que las fuentes no renovables aportarán un 83,5%. (Y aun entonces, la fracción de energía verde de China será menor de lo que lo ha sido a lo largo de todo el siglo XX.)14

Uno de los expertos más eminentes del mundo, el profesor Vaclav Smil, lo expresa así: «Las afirmaciones de una transición rápida hacia una sociedad de carbono cero son una soberana tontería… ni siquiera un cambio sumamente acelerado hacia las energías renovables podría relegar los combustibles fósiles a una contribución minoritaria al suministro de energía global a corto plazo, y desde luego no para el año 2050».15

Si fuera cierto que las energías solar y eólica son la opción más barata, el Tratado de París sería innecesario. Todo el mundo prescindiría de los caros e ineficientes combustibles fósiles. El calentamiento global se fijaría. En vez de eso, en la mayoría de situaciones, las energías solar y eólica requieren subsidios directos e indirectos, y recortarlos supone disponer de menos energías renovables.

Hay contextos en los que las energías renovables son más eficientes. Pero, dado que todos los paneles solares o turbinas de viento en un lugar dado producen energía en el mismo momento (cuando brilla el sol o sopla el viento), el valor de la electricidad producida cae drásticamente,16 en detrimento de la competitividad. Cuando no hay sol o viento, tenemos que apoyarnos en los combustibles fósiles, que ahora cuestan más caros porque su consumo es menor.

Este año el mundo gastará 125 mil millones de dólares en subsidios para las energías solar y eólica. A lo largo de los próximos 25 años se necesitarán más de 3 billones de dólares para impulsar el gran «logro» de que esas energías satisfagan menos del 3% de las necesidades energéticas planetarias.

Jim Hansen, asesor de Al Gore y uno de los investigadores del cambio climático más conocidos del mundo, dice: «Mucha gente bienintencionada se rige por la ilusión de que las energías «blandas» renovables reemplazarán los combustibles fósiles si el gobierno se esfuerza más y concede más subsidios… Pero sugerir que las energías renovables nos permitirán prescindir pronto de los combustibles fósiles en Estados Unidos, China, la India o el mundo entero es casi lo mismo que creer en el conejito de Pascua o en el ratoncito Pérez».17

Otra falacia es la afirmación de que «la energía verde crea puestos de trabajo». La teoría económica estándar sugiere que los puestos de trabajo en este campo se crearán a costa de otros puestos de trabajo, tal como han confirmado los análisis en Dinamarca y otras partes.

En efecto, el que la energía solar requiera más puestos de trabajo por kWh que los combustibles fósiles es de hecho algo negativo. Siguiendo esta lógica, si quisiéramos aumentar de manera espectacular los puestos de trabajo en agricultura, deberíamos dejar de usar tractores. ¿Por qué no lo hacemos? Pues porque la sociedad se empobrece cuando invertimos en una manera menos eficiente de conseguir lo que ya podemos conseguir ahora.

Este es un punto crucial que los defensores del Tratado a menudo pasan por alto: hacer las cosas de manera menos eficiente tiene un coste. Aplíquese esto a un pacto global en el que los gobiernos nacionales prometen usar una energía menos eficiente y más cara, y la consecuencia será una ligera deceleración del desarrollo del mundo entero.

Una respuesta comprensible a estas preocupaciones es aducir que hacer algo siempre es mejor que nada. O señalar que el Tratado de París ayudará a las regiones más vulnerables del mundo. Cierto: seguirán siendo mucho más vulnerables en el futuro que hoy, pero algo menos de lo que lo serían sin el Tratado.

Tales afirmaciones sirven para reafirmar que estamos en el buen camino, pero se sustentan en una lógica falaz que ignora los modos alternativos de invertir el capital político, la energía y el dinero dedicados a cumplir el Tratado de París.

Pocos son conscientes del inmenso gasto. El coste anual se situará entre 1 y 2 billones de dólares hacia 2030 y seguirá así el resto del siglo, principalmente en concepto de pérdida de PIB.18 Será el tratado más caro de la historia. (De hecho, los costes son la clave de la amenaza del V4 de socavar el consenso para la reducción de emisiones de carbono en la propia Unión Europea.)19 Esto representa entre 150 y 300 dólares por persona y año, en todo el mundo. Es lógico que los contribuyentes de las naciones ricas se pregunten si su dinero no estaría mejor invertido en escuelas, hospitales o asistencia a la tercera edad.

Y en lo que respecta al mundo en vías de desarrollo, desde luego que hay asignaciones mejores para ese dinero. Las regiones más vulnerables climáticamente son casi sin excepción las que están en peor situación económica. El clima es algo que preocupa al primer mundo; para la inmensa mayoría del planeta hay problemas más inmediatos. La encuesta global de la ONU sobre las prioridades de casi 10 millones de personas revela que el clima ocupa el último lugar, detrás de la salud, la educación, la nutrición, el gobierno y otros asuntos.20

Cuando el presidente Obama invitó a líderes africanos para hablar de la energía verde en 2014, le dijeron que necesitaban más carbón para sacar a sus poblaciones de la pobreza.21 El análisis de la AIE22 muestra que un suministro aumentado de energía, principalmente en forma de combustibles fósiles, podría incrementar la riqueza de esas naciones en 8,4 billones de dólares, erradicando el humo de las casas de 150 millones de personas y proporcionando energía a otros 230 millones.

El análisis del Consenso de Copenhague ha puesto de relieve muchas fenomenales inversiones para el desarrollo donde una fracción del presupuesto del Tratado haría mucho más resistentes a las comunidades vulnerables de hoy que los recortes de carbono en 100 años.23

Esto no significa que ignoremos el clima. Podríamos contener las subidas de temperatura de manera más eficaz. Necesitamos una drástica mejora de la energía verde. La investigación y el desarrollo son claves, algo en lo que están de acuerdo Vaclav Smil, el filántropo Bill Gates24 y los economistas –entre ellos tres premios Nobel– que participaron en el proyecto de investigación del Consenso de Copenhague sobre el Clima.25

Nos hemos concentrado en exceso en subvencionar el rodaje de una tecnología que sigue siendo ineficiente y poco fiable, en vez de invertir en innovación para hacer que la energía verde del futuro sea más barata que los combustibles fósiles. Una vez sea auténticamente competitiva, el mundo entero querrá pasar de los combustibles fósiles a la energía verde. La investigación del Consenso de Copenhague muestra que un presupuesto de I+D razonable, de alrededor de 100 mil millones de dólares anuales, sería la política más eficaz de respuesta al calentamiento global.

La mayor desgracia para Estados Unidos no es que el presidente Trump se desligara del Tratado de París, sino que no da indicios de que vaya a invertir en I+D de energía verde.

La tragedia para el resto del mundo es que estamos tan empeñados en oponernos al presidente Trump que seguimos defendiendo un tratado que requiere cientos de billones de dólares para no reducir significativamente la elevación de la temperatura, en vez de abrirnos a un enfoque alternativo más eficaz.

Es demasiado fácil criticar al presidente Trump por su abandono de la política climática sin considerar honestamente las severas carencias del consenso global remanente. Nos estaremos engañando a nosotros mismos si pretendemos que el Tratado de París es lo que el planeta necesita.
NOTAS

1. edgar.jrc.ec.europa.eu/overview.php?v=CO2ts1990-2015&sort=des9

2. https://www.foreignaffairs.com/articles/2017-06-05/trumps-paris-agreement-withdrawal-context

3. https://www.nytimes.com/2015/12/14/opinion/falling-short-on-climate-in-paris.html?_r=0

4. https://www.nytimes.com/2017/06/01/opinion/trump-paris-climate-accord.html

5. www.cicero.uio.no/no/posts/klima/should-climate-policy-aim-to-avoid-2c-or-to-exceed-2c

6. unfccc.int/resource/docs/2015/cop21/eng/07.pdf

7. onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1111/1758-5899.12295/full

8. www.presidency.ucsb.edu/ws/?pid=46460

9. www.washingtonpost.com/wp-srv/inatl/longterm/climate/stories/clim102397.htm

10. unfccc.int/resource/docs/a/18p2a01c01.pdf

11. https://www.facebook.com/bjornlomborg/photos/a.221758208967.168468.146605843967/10155659082403968/?type=3&theater

12. https://www.theguardian.com/environment/2017/jan/19/china-builds-worlds-biggest-solar-farm-in-journey-to-become-green-superpower

13. https://www.forbes.com/sites/bjornlomborg/2017/04/20/wood-the-lethal-renewable-energy-swindle/

14. https://www.wsj.com/articles/a-green-leap-forward-in-china-what-a-load-of-biomass-1486081133

15. vaclavsmil.com/wp-content/uploads/2016/12/CLSA-U-Blue-Books-Gradual-greening_-Power-density-and-the-hydrocarbon-habit-20160913-1.pdf

16. https://www.nature.com/articles/nenergy201636

17. www.columbia.edu/~jeh1/mailings/2011/20110729_BabyLauren.pdf

18. https://science.house.gov/sites/republicans.science.house.gov/files/documents/HHRG-114-SY-WState-BLomborg-20151201.pdf

19. https://www.ft.com/content/f5d017f8-84b2-11e6-8897-2359a58ac7a5

20. data.myworld2015.org/

21. https://www.facebook.com/bjornlomborg/posts/10152702473118968

22. www.iea.org/publications/freepublications/publication/africa-energy-outlook.html

23. www.copenhagenconsensus.com/post-2015-consensus/nobel-laureates-guide-smarter-global-targets-2030

24. www.renewableenergyworld.com/articles/2016/12/bill-gates-pushes-green-energy-on-call-with-trump-while-building-1-billion-fund.html

25. www.copenhagenconsensus.com/copenhagen-consensus-climate