Mujeres fuertes, hombres frágiles

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Presentación

En la actualidad, hay muchas más mujeres que hombres estudiando en la universidad, y las mujeres ocupan posiciones destacadas en esferas como la política, la economía o la ciencia.  Aunque los tiempos en los que sufrían situaciones injustas  -como tener prohibido el acceso a estudios superiores o el derecho de voto- parecen quedar atrás, sigue sin alcanzarse una igualdad plena. Por ejemplo, el número de mujeres que cursan  ingenierías o carreras científicas es reducido, y lo mismo ocurre en consejos de administración. Estas diferencias suelen interpretarse como síntomas de que la sociedad sigue discriminando en contra de las mujeres y que numerosos prejuicios  -en muchas ocasiones de forma inconsciente- estarían mermando las opciones de la mitad de la población.

La psicóloga Susan Pinker, sin embargo, ha puesto en cuestión la idea de que una igualdad de oportunidades tenga que traducirse necesariamente en igualdad de resultados. Cuando se les da la oportunidad de elegir, las preferencias de hombres y mujeres varían.

En los estudios comparativos entre hombres y mujeres, las estadísticas no solo revelan numerosas diferencias, sino que también ponen de manifiesto las debilidades que afectan al sexo masculino. En la infancia, los niños tienen  más problemas de aprendizaje que las niñas, y un mayor número de ellos tiende a abandonar los estudios. A los adolescentes les cuesta  más controlar sus impulsos que a sus compañeras, lo que puede expresarse en una conducta más violenta o que pongan su vida en peligro absurdamente más a menudo. Los adultos desempeñan también los trabajos más solitarios y arriesgados, lo que se traduce en un índice de muertes laborales mucho mayor. Las estadísticas sobre el  suicidio -muy superiores entre hombres que entre mujeres- son un claro indicador de esa fragilidad masculina, y sobre este tema se centrará la charla del psicólogo canadiense Rob Withley.

Al hablar de dimorfismo entre sexos, es ineludible referirse al embarazo. La investigadora canadiense Elseline Hoekzema ha estudiado el cerebro de las mujeres durante la gestación, y ha recogido evidencias sólidas de que el cerebro de la mujer experimenta numerosos cambios que preparan a la futura madre para la situación de traer al mundo a un ser vivo.

Programa

11.30 Presentación de la Europarlamentaria Teresa Giménez Barbat
11.35 Susan Pinker: Diferencias sexuales y la brecha de género
12.05 Elseline Hoekzema: El embarazo produce cambios duraderos en el cerebro de la mujer
12.25 Rob Whitley: Suicidio masculino: la epidemia silenciosa

Ponentes

SUSAN PINKER

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Susan Pinker es una psicóloga del desarrollo canadiense. Escribe sobre temas de ciencia social. Estudió en las universidades de McGill y Waterloo. Durante más de 25 años se ha dedicado a la práctica clínica y a la enseñanza de la psicología, primero en Dawson College y posteriormente en la universidad McGill.

ELSELINE HOEKZEMA

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Elseline Hoekzema es una investigadora postdoctoral en la unidad de Psicología del Desarrollo y Educación del Instituto de Psicología de la universidad de Leyden.

 

 

ROB WHITLEY

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Rob Whitley es el investigador principal del Grupo de Investigación e Interés sobre psiquiatría social (SPRING en sus siglas en inglés) en el Douglas Hospital Research Center. Es profesor asistente en el departamento de psiquiatría de la universidad McGill (Canadá). Sus dos principales temas de investigación son la recuperación y el estigma.

La ciencia de las paradojas sexuales

Hombres y mujeres no son clones. Sí, hay diferencias psicológicas de sexo, aunque los estereotipos sociales no siempre se ajustan a la realidad. En términos estadísticos las diferencias entre individuos son más importantes que las diferencias entre grupos: dos hombres o dos mujeres escogidos al azar difieren mucho más entre sí de lo que difieren entre sí dos grupos, como apunta Roberto Colom, neuropsicólogo de la universidad autónoma de Madrid. Estas diferencias de sexo, por sutiles que sean, acarrean sin embargo consecuencias que acaban expresándose en debates sociales y políticos de difícil solución.

En el Forum Euromind, que impulsa la eurodiputada del grupo ALDE Teresa Giménez Barbat nos interesa aproximarnos a este “debate minado”, tan propenso a malentendidos y antagonismos políticos, desde una perspectiva más amigable con la ciencia. Esto es algo que nos interesa si estamos en verdad preocupados por un porvenir igualitario y por el futuro de nuestros hijos, niños o niñas.

En esta ocasión contamos con tres grandes invitados: la psicóloga del desarrollo y escritora científica Susan Pinker –autora de dos libros: The sexual paradox. Men, women and the real gender gap (2008– y The village effect. How face to face contact can make us healthier, happier and smarter (2014)–, la neurocientífica holandesa Elseine Hoekzema, y el psicólogo e investigador canadiense Robert Whitley.

Susan Pinker: Sentido a cambio de dinero

A lo largo de su experiencia como psicóloga del desarrollo infantil, Susan Pinker se encontró con la aparente paradoja de que encontrarse en su consulta con muchos más representantes del supuesto “sexo fuerte” masculino: muchos más chicos y sus familias acudían a ella con problemas de déficit de atención, dislexia o autismo. La naturaleza femenina, de hecho, parece ser más “robusta” desde el momento de la concepción, mientras que la masculina exhibe mucha más variabilidad y vulnerabilidad a un conjunto de desórdenes. Las niñas aventajan rutinariamente a los niños en comprensión lectora, en su capacidad para leer las emociones de los demás (lo que llaman “teoría de la mente”) e incluso en auto-disciplina, un factor tan importante o más como el cociente intelectual a la hora de tener buenos resultados en la vida. Al superar la adolescencia, sin embargo, muchos de estos chicos frágiles con características psicológicamente extremas logran salir adelante, e incluso llegar a la cima, mientras que no tantas chicas elijen seguir una trayectoria tan ascendente.

La respuesta a esta “paradoja sexual” radicaría en una combinación de factores sociales y naturales. No se trata sólo de discriminación, opresión y estereotipos: es plausible que existan diferencias genuinas de sexo en las preferencias vitales de hombres y mujeres que se resisten a cambiar –o incluso que tienden a ampliarse justamente cuando aplicamos políticas más igualitarias, como explica el psicólogo evolucionista David Schmitt. Una parte de la brecha de género en ocupaciones y en el llamado “techo de cristal”, así pues, podría arraigar en el hecho de que más mujeres que hombres prefieren, en promedio, sacrificar dinero a cambio de “sentido”. Los roles sociales de género son sólo parte de la historia.

Para Pinker, que se considera una “feminista de igualdad”, el respeto por una verdadera igualdad social pasa por el respeto por las decisiones libres de las mujeres.

Elseline Hoekzema: En el cerebro, a veces menos es más

La maternidad es quizás la diferencia de sexo por excelencia. Como hecho no cultural, causa significativos impactos físicos y sociales que ahora estamos en disposición de entender mejor, en parte gracias al trabajo de Elseline Hoekzema, una investigadora postdoctoral en la universidad de Leyden que habló en Bruselas sobre los cambios duraderos que el embarazo causa en el cuerpo de las mujeres. Cabe subrayar que el estudio de Hoekzema, junto a compañeros de la Universidad Autónoma de Barcelona, entre los que figura el colaborador de EUROMIND Adolf Tobeña, fue destacado recientemente por la revista Science.

El equipo de Hoekzema ha constatado que el embarazo causa cambios duraderos –durante al menos dos años con posterioridad a dar a luz– en el cerebro de las mujeres, que afectan tanto a la estructura como a la función cerebral. En particular, parece que el proceso de embarazo “poda” la materia gris del cerebro femenino, si bien una reducción en la cantidad de materia no tiene que interpretarse como una reducción en la eficacia cognitiva. De hecho, esta reducción más bien representa una ventaja adaptativa especialmente relacionada con la red cerebral responsable de la “teoría de la mente”, es decir, con la capacidad para leer y responder a las emociones de los bebés.

Robert Whitley: La epidemia silenciosa

Robert Whitley es un investigador canadiense en el centro de investigación del hospital Douglas, y profesor asociado en la universidad de McGill. Su área de especialidad es el estigma de la enfermedad mental, lo que le ha llevado a preocuparse por el acuciante y a menudo silenciosa problema del riesgo de suicidio masculino.

En un mundo presuntamente dominado por hombres, nada ilustra mejor la fragilidad masculina que el riesgo de suicidio. Para poner las cosas en perspectiva, en toda la Unión Europa se registran cada año 58000 muertes por suicidios, de los cuales 43000 son hombres. La franja de edad de mayor riesgo está entre los 40 y los 60 años, y existen subgrupos particularmente afectados, como los homosexuales. Además, lo que llaman “suicidio lento” hace que algunas conductas masculinas autodestructivas sean difíciles de identificar –por no mencionar que no disponemos de estadísticas y estudios fiables en buena parte del mundo.

Los psicólogos han identificado diferentes causas que aumentan el riesgo de suicidio en los hombres: el divorcio y la separación (que se ha duplicado desde los años sesenta) y los problemas laborales figuran entre las principales, pero Whitley subrayó un factor cultural más inadvertido, la “demonización de los hombres” que es visible en algunas representaciones comunes de los medios de comunicación y la cultura popular, pero también en programas políticos e iniciativas legislativas, algunas del propio parlamento europeo (Whitley citó como ejemplo el reciente “Informe sobre desigualdad y salud mental” que venía a culpar directamente a los hombres por los desórdenes de ansiedad y depresión femeninos).

Según Whitley, el suicidio masculino es hoy una epidemia “pan-nacional” que debería obligarnos a repensar la función de los servicios sociales y clínicos, de forma que estén mejor adaptados a las necesidades específicas de los hombres, y también a favorecer estrategias locales, nacionales y globales orientadas a mejorar la sensibilización, prevención y el tratamiento del problema.

Lo masculino se sigue considerando la norma. Entrevista a Susan Pinker

Por Aloma Rodríguez

La paradoja sexual se publicó en 2009 y era una respuesta a una pregunta que asaltaba a la psicóloga del desarrollo Susan Pinker: por qué las mujeres no se parecían más a los hombres en sus carreras profesionales si estaban igual o mejor formadas que ellos. El libro repasa las diferencias biológicas entre los cerebros masculino y femenino, las diferencias en cuanto al aprendizaje y el desarrollo y, también, en cuanto a las posibles dificultades. Pinker trabajó como psicóloga clínica durante años. Por su consulta pasaban chicos con problemas de dislexia, autismo y, rara vez, alguna chica. Al preguntarse por lo que había sido de ellos años después descubrió que muchos de esos chicos habían conseguido desarrollar sus capacidades en otros sectores (matemáticas, programación, restauración…) y eran hombres de éxito. Mientras tanto, las brillantes y aplicadas niñas que se expresaban con más fluidez que sus compañeros y sacaban mejores notas no estaban ocupando puestos de poder o incluso habían renunciado a su carrera profesional. La explicación es compleja, pero puede resumirse en que, en general, mujeres y hombres necesitan diferentes cosas para estar satisfechos. Las mujeres no tienen por qué sentirse realizadas con lo mismo que los hombres. De hecho, a las mujeres les importan menos los factores externos (dinero y reconocimiento) que a los hombres a la hora de valorar los trabajos. En las más reciente sesión de Euromind, el proyecto de la eurodiputada Mª Teresa Giménez Barbat en el Parlamento Europeo, Susan Pinker ofreció una conferencia sobre el tema.

 

¿Cuál es la verdadera paradoja sexual?

 

Hemos llegado a esperar que no hubiera diferencias entre los sexos. Pero la ciencia refuta la noción de que los dos sexos son simétricos. Aun sin las influencias culturales que impregnaban la sociedad antes de la revolución sexual de los años sesenta, las mujeres no serían clones de los hombres. La paradoja es que esperamos que lo sean.

Pondré dos ejemplos: las chicas superan, de lejos, a los chicos en los resultados escolares, comportamiento y autodisciplina, en todos los países industrializados. Pero, en la edad adulta, de media, las mujeres no suelen buscar los mismos objetivos profesionales que los hombres. Tienden a sentirse más felices con sus carreras que los hombres, y viven entre cinco y siete años más de media. Sin embargo esperamos que sacrifiquen esas ventajas para actuar de manera más parecida a los hombres.

Los hombres son más variables y, como media, más frágiles y vulnerables. Esto es otra paradoja, contradice la idea de que el hombre es el sexo fuerte. Una razón de esta vulnerabilidad es la testosterona. Esta hormona, que los chicos segregan de manera más abundante ya en el útero, tiene el efecto de restringir sus habilidades sociales, empatía, destreza verbal y amplitud de intereses, en comparación con las mujeres. Pero lo masculino se sigue considerando la norma, el estándar con que se deben medir todas las mujeres.

Su libro es una explicación científica de las diferencias sociales por género. ¿La cultura y la educación pueden “corregir” la naturaleza?

No creo que la cultura y la educación puedan o deban “corregir” la naturaleza. Pero creo que, en una sociedad justa, las políticas públicas deberían crear igualdad de oportunidades para todos. Eso significa permitir que la gente tome sus propias decisiones, en lugar de que las tomemos nosotros por ellos, movidos por razones ideológicas: esa posición abole derechos y libertades individuales. Por ejemplo, si las mujeres deciden rebajar sus ambiciones profesionales cuando sus hijos son pequeños, no se les debe considerar traidoras a su sexo o a la causa del feminismo. Un feminismo verdadero respetaría la autonomía de las mujeres para seguir sus propios deseos. Pero, al mismo tiempo, nadie debería decidir por las mujeres que deberían o deben estar en casa, o abandonar carreras ambiciosas mientras cuidan de su familia. Uno de los temas centrales de la paradoja sexual es que no hay una forma “correcta” en que se deban comportar las mujeres. Respetar el deseo del individuo a la hora de elegir lo que está bien para sí mismo es la base de una sociedad liberal y democrática. Esperar que todas las mujeres actúen como los hombres o busquen los mismos objetivos es pensamiento grupal y antidemocrático.

A veces parece haber un miedo a hablar de las diferencias biológicas. Hay quien parece pensar que se utilizarán para justificar la desigualdad o el machismo. Hay un debate sobre naturaleza y cultura. Hace poco, Cordelia Fine publicó Testosterone rex, donde critica lo que algunos llaman “determinismo evolutivo”. ¿Cuál es la relación entre naturaleza y cultura?

Negarse a reconocer los datos científicos sobre las diferencias sexuales es como negarse a admitir el cambio climático. Que tú no quieras ver un resultado o que no te guste por motivos ideológicos no quiere decir que no esté. Y que los datos muestren que está ahí no significa que esté “bien” o que de pronto tenga un valor moral positivo. Te doy unos ejemplos: no hay mucha discusión en torno a la idea de que los varones –como grupo, no como individuos– son, de los dos sexos, el que es físicamente más agresivo. ¿Significa esto que condonamos la violencia, o que permitimos que los hombres den palizas por ahí en una sociedad cívica, solo porque este es su “estado natural”? En absoluto. En una sociedad justa, ponemos límites al comportamiento que anula los derechos de los demás, o al menos este es el objetivo. Llamar a la neurociencia social, los hallazgos sobre los primates o los datos cognitivos “determinismo evolutivo” es una manera simplista de entender la naturaleza humana.

Otro ejemplo: la mayoría de los niños y niñas preferirían comer pasteles y caramelos o ver la televisión y jugar a videojuegos antes que sentarse en un pupitre y estudiar aritmética, o aprender a ser lectores y escritores competentes. Hay buenas razones evolutivas que tienen que ver con la forma en que nuestros cerebros y cuerpos responden al sabor dulce, a recompensas sorprendentes y agradables de estímulos electrónicos cambiantes, y al estrés temporal de los retos cognitivos. Entonces, ¿en las democracias industrializadas dejamos que los niños sigan sus preferencias “evolutivamente determinadas”? Por supuesto que no. Confundir la ciencia de lo que es con la de lo que debe ser es una falacia. Lo explicó David Hume en el siglo XVIII. Pero es un error que se sigue cometiendo.

Una de las conclusiones de su libro es que la idea de éxito es diferente en hombres y mujeres, aunque tendemos a pensar sobre una idea masculina del éxito. Si el hombre no es el estándar, ¿por qué se utilizan todavía sus expectativas como medida?

Algo importante de la segunda ola del feminismo es que las mujeres tienen oportunidades para entrar en áreas de educación, trabajo y participación cívica que antes eran inaccesibles para ellas. Pero ahora que las barreras han caído, permanece la anticuada expectativa de que crear igualdad de oportunidades para las mujeres creará por necesidad un resultado idéntico. No lo hará. Esta combinación de oportunidad y resultado es como si en un restaurante ofreces a todo el mundo el mismo menú y esperaras que las personas con las mismas opciones delante –sean mujeres, hombres, altos y bajos, jóvenes y viejos– fueran a elegir el mismo filete de medio kilo. Por supuesto, todo el mundo debería tener las mismas opciones. Pero no todo el mundo tiene el mismo apetito.

Han pasado casi diez años desde que publicó el libro. Parece que ahora hay más mujeres en puestos de poder. Si actualizara los datos, ¿sus conclusiones serían las mismas?

Serían todavía más contundentes. Las pruebas muestran que, cuantas más oportunidades tienen las mujeres –cuanto más rica y democrática es una sociedad y cuantas más posibilidades de elección tienen las mujeres–, más posibilidades hay de que escojan un trabajo a tiempo parcial, lo que incrementa la “brecha salarial” (Holanda es un buen ejemplo). Esto no es algo malo sino bueno, puesto que más mujeres tienen la opción de hacer lo que eligen. Del mismo modo, si más mujeres que quieren posiciones de poder están llegando a ellas, es maravilloso: para ellas como individuos y para la sociedad. Cuando la gente de una sociedad libre puede actuar siguiendo sus ambiciones y deseos, es que estamos progresando.

En su segundo libro, The village efect, explica que gente con amplias redes sociales tiene mayor esperanza de vida. ¿La mayor empatía de las mujeres explica esta diferencia?

La respuesta corta es sí. Cuantos más amigos y familiares veas en persona, cuanto más implicado estés en tu comunidad, más tiempo sueles vivir. Este es un caso en el que a los hombres les podría venir bien seguir el ejemplo femenino, si lo que quieren es vivir vidas más largas y felices.