Robyn Blumner

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monográfico · La navaja escéptica

 

Por qué no hay ateos reconocidos en el Congreso de los Estados Unidos

Robyn Blumner

 


Durante la carrera presidencial estadounidense de este año el ateísmo se ha convertido en un problema, y no ha sido agradable.

En las batallas por las primarias demócratas entre la antigua secretaria de estado Hillary Clinton y el senador de Vermont Bernie Sanders, uno miembro del Comité Nacional de los demócratas (DNC) concibió una idea. Del DNC se espera que permanezca neutral en la cuestión de qué candidato debe ganar la nominación del partido. Pero gracias a los mails hackeados, el público ha tenido acceso a un intercambio privado entre sus miembros discutiendo cómo hacer que cojee la campaña incipiente de Sanders.

¿De qué forma? Etiquetándolo como ateo.

Esta idea fue la criatura de Bradley Marshall, quien, por entonces, era el jefe de la oficina de finanzas del DNC. “Mis colegas bautistas del sur distinguirán muy claramente entre un judío y un ateo”, escribió Marshall en un email a sus colegas.

Sanders dijo en el pasado que es un judío secular no demasiado involucrado en la religión. Pero una vez que se hizo público el correo, Sanders declaró creer firmemente en Dios.

Marshall y otros en el DNC se retractaron. Publicaron unas disculpas al DNC en Facebook. Pero hay un grupo hacia el que Marshall no se disculpó: el grupo que denigró, los ateos. Nadie en el establishment del partido demócrata dijo nada por los ateos.

Si se hubiera tratado de cualquier otro grupo. Por ejemplo, si a Marshall le hubiera dado por tratar a Sanders como gay más que como ateo, el partido demócrata habría expresado su solidaridad con los objetivos del ataque de Marshall. Los ateos no merecieron tal consideración.

Como ateo, me hubiera gustado oír algo como esto: “El partido demócrata se enorgullece de tener los votos de tantos ateos estadounidenses y condena el injusto fanatismo anti-ateo que impregna gran parte de esta nación”.

Uno pudiera pensar que el partido demócrata debería mostrarse amigable con sus partidarios ateos. De acuerdo con el Pew Research Center, el 69% de los ateos estadounidenses o bien son demócratas o bien tienden a serlo. Este fuerte apoyo es crucial para ganar elecciones, pero el favor no es devuelto.

El prejuicio anti-ateo es el último prejuicio aceptable de Estados Unidos. Los ateos constituyen el 3.1 por ciento de los estadounidenses, de acuerdo con Pew. Los agnósticos son otro 4 por ciento. Y estos son los no creyentes que están dispuestos a admitir su punto de vista en las encuestas. Otros estudios sugieren que hay un número similar que adopta una visión del mundo atea o agnóstica, pero no escoge marcar la casilla “ateo” o “agnóstico” en las encuestas. En general, los Estados Unidos está siguiendo el ejemplo de otras democracias occidentales y está secularizándose, aunque de forma más lenta. Hay una población creciente de “no creyentes” que, cuando se les pregunta por la afiliación religiosa, no dicen nada en particular. Este grupo, que incluye ateos y agnósticos, ahora constituye hasta el 22 por ciento de la población de EE.UU, y para los millenials más jóvenes, representan un gran 35 por ciento.

Sólo hay que comparar esos números con el 1.9 por ciento de judíos en la población de EE.UU, el 0.9 por ciento de musulmanes y el 1.6 por ciento de mormones. Los ateos, agnósticos y no religiosos deberían ser un gigante político y aún así virtualmente no dispone de poder político. Un país que debe su prosperidad a sus poderes en la ciencia y la tecnología, y que fué fundado en el principio fundamental de la separación iglesia-estado, aún así desprecia a sus ciudadanos no creyentes que abrazan la ciencia y no el sobrenaturalismo. Los mismos ciudadanos que emplean las evidencias más que las creencias para comprobar afirmaciones sobre la verdadera naturaleza de la realidad y que se oponen reiteradamente a inyectar religión en los asuntos del gobierno, son considerados tipos raros y extraños inmorales.

Las encuestas muestran que la mitad de los estadounidenses no quieren que un miembro de la familia se case con un ateo, y alrededor del mismo número no se inclina por votar a un candidato presidencial perfectamente preparado pero ateo. Para un político, un ateo puntúa peor que ser un adúltero o fumador de marihuana.

Quizás esto explica por qué no hay ni un sólo ateo público en el Congreso de los EE.UU, un cuerpo compuesto por 535 hombres y mujeres, 100 de los cuales se sientan en el Senado con el resto en la Cámara de representantes. Ni uno.
Recientemente, sólo ha habido un único miembro abiertamente ateo; el Representante Pete Stark, un demócrata de California que admitió ser ateo en 2007 en respuesta a un cuestionario enviado por la Secular Coalition for America.

Para hacerse una idea de lo políticamente peligroso que es admitir que no se cree en el ser supremo, el Representante Barney Frank “salió del armario” como ateo 26 años después de admitir que era gay, e incluso entonces, sólo admitió su ateísmo tras retirarse de la Cámara de Representantes. Frank representó un distrito liberal de Massachusetts y no hay duda de que tenía un sitio seguro en la Cámara.

No sorprende que el gobernador de Ohio, John Kasich, que recientemente fue candidato a la presidencia republicana, atacase espontáneamente al actor británico Daniel Radliffe por ser ateo.

“¿Sabéis que Daniel Radcliffe se ha declarado ateo?” Dijo Kasich recientemente mientras se señalaba un libro de Harry Potter en una librería de New Hampshire. “En serio. Qué cosa más rara. ¿Por qué alguien con un éxito así, quiero decir, qué demonios le pasa?

Estupendo.

Estadísticamente, es casi imposible que no haya ateos en el Congreso. Probablemente hay docenas de no creyentes, pero creen que es demasiado políticamente incorrecto admitirlo.

¿Por qué se desprecia tan abiertamente a los ateos en los EE.UU? Es difícil de decir con exactitud. Podría ser un residuo de la guerra fría con la Unión Soviética. Los políticos oportunistas de EE.UU marcaron claras distancias entre lo que llamaban increyentes y comunistas y los estadounidenses patriotas y temerosos de Dios. Se ha identificado a los ateos con la gente que representa a los enemigos de los EE.UU.

Aún hay muchos estadounidenses que creen que no puedes ser moral sin religión. Por supuesto, cualquiera que se moleste en leer la Biblia podría saber que ninguna persona realmente moral puede confiar sus puntos de vista morales en un viejo libro que defiende la esclavitud, la pena capital y el genocidio. A los ateos les gusta pensar que mucha gente acepta la Biblia del mismo modo que se acepta un nuevo acuerdo de software. No la leen, simplemente pasan página hasta el final y marcan la casilla “Estoy de acuerdo”. Sin embargo, aún permanece el pernicioso y falso sentimiento de que ser religioso es equivalente a ser moral, y se no religioso equivale a ser amoral.

Esto no es sólo malo para los ateos, es malo para los EE.UU.

Al excluir a los ateos de los puestos públicos, el electorado estadounidense empuja la política pública hacia la dirección de privilegiar la religión y las afirmaciones religiosas. Se impide acceder al poder político y la mesa de decisión política a decenas de millones de estadounidenses  ateos, entre ellos los ciudadanos con mentalidad más científica.

Esta exclusión impacta directamente en un conjunto de temas, incluyendo como se tratan las políticas públicas sobre derecho a abortar, matrimonios del mismo sexo, financiación para investigación con células madre, o en si los impuestos deberían ir a parar a escuelas religiosas, si la educación sexual debe enseñarse en las escuelas, cómo debe tratarse el tema del cambio climático e incluso –e increíblemente– si la evolución debe ser enseñada en las clases de ciencia.

Dado que los ateos y agnósticos no se encuentran entre los que hacen las leyes del país, no tenemos voto cuando se consideran las leyes las normas que benefician a la religión. Por ejemplo, en los Estados Unidos, los grupos de afiliación religioso reciben anualmente millones en dinero de los impuestos para trabajos sociales y actividades educativas, pese a que se les permite discriminar en la contratación sobre la base de la religión. Un refugio para sintecho sólo puede contratar a los que profesan la fe cristiana, pero es pagado con dinero de no creyentes, judíos, musulmanes, etc.

El gran experimento estadounidense en el auto-gobierno incluye una muy pensada decisión para retirar la religión de la cartera pública. Se supone que las ideas religiosos deben florecer o fracasar en base al crédito y el apoyo que reciben del público, con independencia de los impuestos.

A fines del siglo XVIII, cuando la nación se fundó, las guerras religiosas en Europa aún estaban razonablemente frescas en la memoria. Los fundadores de EE.UU se propusieron mantener su nueva nación a salvo de ellas, tanto para preservar la paz civil de la sociedad como en beneficio de la libertad de conciencia. James Madison, uno de los autores iniciales de la Constitución de EE.UU, escribió un apasionado elogio para que los impuestos no fueran a parar a los predicadores en el Estado de Virginia.

Pero EE.UU se ha desviado de su camino desde que el presidente John Adams firmó, y el Senado de los EE.UU ratificó unánimemente, el tratado de Trípoli de 1797, que declaraba que “El gobierno de los Estados Unidos de América de ningún modo está fundado en la religión cristiana”.

Hoy en día, los dos principales partidos de EE.UU compiten para parecer más pro-religiosos. La plataforma recientemente aprobada por el partido republicano pide a los abogados que se aseguren de que la ley hecha por los hombres es consistente con la ley de Dios cuando se trata de proponer una legislación. Otra provisión sugiere que la enseñanza de la Biblia en las escuelas públicas es esencial para “una ciudadanía educada”.

Los republicanos han hecho un pacto con el diablo con los fundamentalistas religiosos de EE.UU. En pago por su apoyo electoral, el partido está a la vanguardia de los que desean imponer prácticas y afirmaciones religiosos en el poder de la ley. La oposición del partido a la separación iglesia-estado ha causado una clara erosión de la libertad individual, y ha marginado más a los ateos estadounidenses.

Pero incluso los demócratas abrazan los privilegios religiosos para evitar ser etiquetados como anti-religiosos. El presidente Barack Obama ha mantenido abierto y financiado una parte del gobierno federal establecido por su predecesor, el abiertamente religioso George W. Bush, que incentiva la financiación de organizaciones basadas en la fe. Obama mantienen a clérigos para sesiones de oración en la Casa Blanca, y es muy raro cuando no termina alguno de sus discursos públicos con la frase “Dios bendiga a los Estados Unidos de América”.

Pese a esto, en números record y a un ritmo importante, los estadounidenses están rechazando la fe en la que fueron criados y rechazando del toro la religión organizada. Los escándalos que afectan a los sacerdotes católicos pederastas y la politización derechista de los evangélicos son parte de esta razón. Pero la razón más importante tiene que ver con el hecho de que la ciencia es indudablemente mejor que la revelación a la hora de ayudarnos a entender la realidad. La ciencia ha demostrado que puede desvelar lo que es cierto sobre el mundo natural, y que es capaz de producir maravillosos avances médicos y tecnológicos que hacen nuestras vidas más saludables y mejores. Con cada nuevo avance científico la religión se confina a una esfera cada vez más pequeña.

Lo que necesitamos ahora es que los políticos estadounidenses conecten con el electorado. Los que están en el armario como ateos deben dar un paso adelante y declararse no creyentes. La pequeña mentira que dispensan pretendiendo que se encuentran entre los creyentes tiene más consecuencias de las que creen. No sólo daña al país al hacer que las políticas públicas sean de miras más estrechas y conservadoras, también influye en el comportamiento de los no creyentes dentro de la población general, al sentir que también ellos deben ocultarse. Los políticos religiosos pueden ayudar a los ateos, del mismo modo que lo harían por otras minorías, cuando son insultados, despreciados o denunciados.

Organizaciones no gubernamentales como el Center for Inquiry y la fundación de Richard Dawkins para la Razón y la Ciencia están trabajando para borrar el estigma a través de una campaña abiertamente secular para animar a que los no creyentes, incluyendo a famosos y políticos, den un paso adelante. (En los Estados Unidos la palabra “secular” a menudo se emplea para designar a los no creyentes y no religiosos). Así como esta aproximación desmantela los prejuicios sin base contra los gays y las lesbianas, tambien los ateos pueden dar paso adelante para ayudar a los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo y los seres queridos, y cambiar las actitudes.

Una vez lleguemos al punto de inflexión no pasará mucho tiempo antes de que los miembros del Congreso reflejen el ateísmo creciente de los Estados Unidos. La tendencia se mueve en nuestra dirección, pero aún no está ahí. Aumentar la conciencia pública es clave para derrotar la dañina mentira de que hay pocos ateos en los EE.UU, y que los pocos que hay son poco patriotas e inmorales.

La verdad es justo la opuesta.

 


robyn-hi-res_optRobyn Blumner

CEO of the nonprofit, nonpartisan Center for Inquiry, and CEO & President of the nonprofit, nonpartisan Richard Dawkins Foundation for Reason & Science. Both groups have as their mission the promotion of reason, science, and secular values.

She is based in Washington, DC.

 


 

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